La festividad del Día de los Difuntos es un profundo reflejo de cómo la experiencia cultural rompe en dos un hecho tan natural como la muerte; la pared que divide los cementerios de Otavalo – el cementerio de mestizos y el cementerio de indígenas – ; por un lado es un mundo de respeto, silencioso y solemne, personas vestidas de negro moviéndose ceremoniosamente, al otro lado: la vida, el olor a comida, cientos de personas cantando, comiendo en familia y contando cuentos a presencias espirituales.
La subida hasta los portones principales junto con los vendedores de coronas, flores, hasta ropa y artesanías y, sobre todo, las icónicas guaguas de pan; hermosamente decoradas, representando madres e hijas con coloridos garabatos que simbolizan sus bordados y chalinas —éstas se ofrendan a las mujeres— o caballos y palomas, que se dan a los hombres.
La colada morada, otro emblema de la fecha, a uno se la ofrecen en recipientes plásticos.
Los indígenas llevan consigo banquetes en ollas: granos, alverjas, papas, arroz, carne cocida, huevos duros… y muchas frutas. Esta ofrenda se conoce como ricushca. Las mujeres extienden sus manteles sobre la tierra para servir a sus queridos, los vivos y los muertos; han cocinado todo lo que a “sus muertitos” les gustaba comer en vida. Se almuerza al lado de la tumba, sentados en la tierra, a medida que visita el Angel Kalpay recitando en kichwa, español y latín los rezos que aprendió de las monjas locales, a cambio de pan y frutas. La comida también la toman quienes pasan al lado de una tumba con hambre.
En pleno centro del cementerio, se levanta la “gran cruz” de dos metros, donde se recita la “bendición de los alimentos”; llegan músicos y los presentes se contonean y cantan. El sacerdote invoca la Madre Tierra, a Jesucristo, cuenta pasajes de la Biblia e historias de la cosmología andina en nombre de quienes le dan vida a esta tierra: los muertos.
El Angel Kalpay, mitad celestial, mitad viento, un indígena que canta en latín, un “ángel que corre” vestido de blanco con un paño morado en la cabeza, una campanita y un pote de latón con agua bendita que ha obtenido de la primera misa de la mañana del 2 de noviembre, empieza su recorrido por el pueblo anunciando el inicio del Día de los Difuntos, a veces entrando en las casas para bendecirlas y bendecir a sus muertos.
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